No sé,
me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias
o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz
que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias;
¡pero eso si!
—y en esto soy irreductible—
no les perdono,
bajo ningún pretexto,
que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
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