Había una vez, una familia de ratones que vivía dentro de un agujero en un edificio muy grande.
Un buen dia, el ratoncito empezó a visitar el consultorio del dentista día tras día. Poco a poco empezó a aprender cada una de las cosas que el dentista hacía para curar los dientes; aprendió sobre anestesias para aliviar dolores, sobre encías inflamadas, y hasta sobre extracciones.
Poco tiempo después, visitó un anciano ratón al joven ratoncito.
Ya no puedo comer nada, ratón Pérez – dijo el anciano– Mis dientes se han caído – terminó de decir con tristeza.
Fue, en ese preciso momento, que el ratoncito Pérez comprendió que, si podía conseguir los dientes que los humanos desechaban, quizás estos le servirían para implantarlos en los ratones ancianos y así ellos podrían volver a comer. Pero cuando estaba pensando esto, se dio cuenta que el tamaño de los dientes de los humanos eran muy grandes para los ratones.
En ese instante el ratoncito comprendió que si él lograba conseguir los dientes de leche de los niños, entonces podría ayudar a los ratones ancianos a comer de nuevo.
Cuando el ratón llegó finalmente al cuarto del niño, buscó por todas partes el diente de leche, pero el niño se había dormido mirando su diente al que guardó debajo de su almohada.
Como el ratoncito sabía que no podría llevarse algo que no le pertenecía, decidió comprarle su diente al niño y, cuidadosamente sacó el diente de debajo de la almohada, dejando en su lugar algo de dinero.
Por la mañana, al despertar el niño, notó que su diente ya no estaba pero sí había dinero en su lugar.
El niño llegó a la escuela y les contó todos los niños lo que había sucedido con su diente…
Y así nace la giran historia del ratón Pérez.
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