Un día un hombre
decidió poner a prueba la providencia del señor Dios. Muchas veces había
sentido decir que Dios es un padre amoroso y que se ocupa de todas sus pobres
criaturas.
El hombre quería
saber si realmente Dios también se ocuparía de el y le mandaría lo que cada día
necesitaba.
Entonces decidió
irse campo adentro hasta un montecito solitario, para esperar allí que Dios le
enviara su diario sustento, por manos de alguien que fuera lugarteniente de su
providencia. Y así lo hizo.
Una mañana, sin
llevarse nada consigo para comer, se interno por esos campos de Dios y se metió
en el montecito que había elegido.
Lo primero que vio
lo dejó asombrado. Porque se encontró con un pobre chimango malherido, que
tenia una pata y un ala quebrada. No podía volar ni caminar. En esas
condiciones no le quedaba otra que morirse de hambre, a menos que la
providencia de Dios lo ayudara.
Nuestro amigo se
quedo mirándolo, en espera de ver lo que sucedería.
En una de esas vio
sobrevolar un águila grande que traía en sus garras un trozo de carne. Pasó por
sobre el bicho lastimado y le arrojó la comida justito delante como para que no
tuviera más trabajo que comérsela.
Realmente el hecho
demostraba que Dios se ocupaba de sus pobres criaturas y hasta se había
interesado por este pobre chimango malherido. Por lo tanto no había nada que
temer, seguramente también a él le enviaría por intermedia de alguien lo que
necesitaba para su vida.
Y se quedó
esperando todo el día, con una gran fe en la providencia. Pero resulta que pasó todo aquel día y nadie apareció para traerle
algo de comer.
Y lo mismo pasó al
día siguiente.
A pesar de que
nuevamente el águila había traído una presa para el chimango, nadie había
venido a preocuparse por él.
Esto le empezó a
hacer dudar sobre la real preocupación del Señor Dios por sus hijos.
Pero al tercer día
sintió que sus deseos finalmente se cumplirían, porque por el campo se acercaba
cabalgando en dirección al montecito, un forastero.
Nuestro amigo
estuvo seguro de que se trataba de la mismísima providencia de Dios en persona.
Y sonriendo se dirigió hacia él.
Pero su decepción
fue enorme al comprobar que se trataba de una pobre persona que tenía tanta
hambre como él y como él, carecía de algo con qué saciarla.
Entonces comenzó a
maldecir de Dios y de su providencia que se preocupaba de un pobre chimango
malherido pero no se había interesado por ayudarlo a él que era su hijo.
El forastero le pregunto
por que se mostraba tan enojado y maldecía a Dios. Entonces él le comentó todo
lo que estaba pasando. A lo que el forastero le respondió muy serio:
-Ah no, amigo.
Usted en algo se ha equivocado. La providencia realmente existe. Lo de los dos
pájaros lo demuestra clarito. Lo
que pasa es que usted se ha confundido de bicho. Usted es joven y fuerte no tiene que imitar al chimango, sino al
águila.
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