Es normal discutir de vez en cuando.
Cuando estamos peleones, queremos argumentar y enfrentarnos a cualquier opinión. Pero debajo de esa animosidad yacen, en realidad, sentimientos de frustración que pueden tener orígenes muy diversos.
Cuando notes que te vienen las ganas de discutir, párate a buscar las causas ocultas. No tardarás mucho en encontrarlas; puede ser algo tan simple como una llamada de teléfono que ha desencadenado una serie de acontecimientos en tu interior. Cuanto te remontes al origen de tu mal humor, te darás cuenta de que el problema no es tan grande.
Lo malo es descargar esa animosidad discutiendo con alguien que no se lo merece. Sería mejor enfrentarse a la frustración interna que poner en peligro una relación.
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