Llegó a un pueblo al atardecer y se puso a pedir
alojamiento para esa noche, pero los aldeanos le cerraban sus puertas. Los aldeanos
no querían que la mujer pasara la noche en el pueblo; querían que se fuera.
Era una noche fría; la mujer no tenía alojamiento y
estaba hambrienta. Tuvo que pasar la noche al abrigo de un cerezo del campo.
Como hacía tanto frío no podía dormir bien, el lugar era peligroso, estaba
lleno de animales salvajes. A medianoche el frío la despertó y vio, contra el
cielo nocturno, las flores del cerezo totalmente abiertas, riendo a la brumosa
luna. Sobrecogida por la belleza de la escena, se puso de pie e hizo una
reverencia mirando hacia el pueblo, pronunciando estas palabras:
Gracias a su bondad al negarme alojamiento me he encontrado debajo de las flores esta noche de luna brumosa.
Gracias a su bondad al negarme alojamiento me he encontrado debajo de las flores esta noche de luna brumosa.
Se sentía agradecida. Daba las gracias a quienes
le habían negado alojamiento porque, si hubiera dormido bajo un techo, se
habría perdido esta bendición: estas flores de cereza y estos susurros de la
misteriosa luna y el silencio de la noche, el absoluto silencio de la noche. No
estaba enfadada, aceptaba la situación, no sólo la aceptaba y le daba la
bienvenida; se sentía agradecida.
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