Es la danza entre dos cuerpos que buscan un mismo ritmo, pero a menudo se tropiezan con sus propias sombras.
¿Por qué cuesta tanto sincronizarse en este baile sagrado?
Porque el deseo no es una ecuación, sino un río caprichoso que cambia de cauce con el tiempo.
Porque el placer es un idioma que pocos aprenden a hablar con fluidez.
Porque la piel guarda memorias que a veces nos susurran miedos en lugar de caricias.
Nos acercamos al otro con el anhelo de fundirnos, pero olvidamos que primero hay que fundirse con uno mismo
¿Cuánto espacio nos damos para explorar nuestros propios misterios?
¿Cuántas veces hacemos el amor sin estar realmente presentes, sin convertir cada encuentro en un ritual de celebración y entrega?
La alquimia sexual... nos susurra al oído que la armonía sexual no se encuentra, se cultiva.
Es el fruto de la presencia, de la escucha, del juego sin expectativas.
Es entender que el cuerpo del otro es un templo y que la verdadera conexión nace cuando dejamos de buscar resultados y nos entregamos al placer del instante.
Así que dime, amante del misterio, explorador del éxtasis: ¿estás dispuesto a bailar sin miedo, a besar sin prisa, a tocar sin exigencias?
Porque solo cuando soltamos el control, la pasión deja de ser un problema y se convierte en poesía.
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