Hay algo que muchas mujeres cargan sin ponerle nombre: una especie de hambre emocional, un deseo profundo de ser elegidas, de ser vistas, de ser por fin “la importante” para alguien. Y cuando esa herida no se reconoce, lo que parece amor… es solo una forma de llenar lo que hace falta por dentro.
Es como si tu corazón tuviera frío desde niña, y buscaras una cobija en cualquier lugar, incluso si está sucia o rota. Pero cuando sanas, cuando te haces cargo de ese frío interno, ya no aceptas cualquier abrigo. Aprendes a tejer el tuyo, con tu amor, tu respeto, tu presencia.
Curarte no significa endurecerte. Significa dejar de entregarte a quien no sabe sostenerte. Significa ponerle fin a la espera eterna de que alguien de afuera venga a darte lo que tú misma puedes empezar a construir.
Y entonces, cuando llega el amor —porque llega, y llega bien cuando tú ya estás bien— ese amor no duele, no exige pruebas, no castiga tu independencia. Ese amor es elección, no necesidad. Es alegría, no ansiedad.
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